La enfermería se muere y nosotros la estamos matando.
A la
enfermería no la mata la pandemia, que sí que ha agravado la situación, la mata
la administración y la mata la sociedad.
La mata la
persona que hace cola en un servicio de Urgencias para hacerse solo un test de
antígenos.
La mata la
administración que manda un Christmas navideño por mail, pero
no refuerza la Atención Primaria.
La mata UGT
con su carta pidiendo que retiren a las enfermeras del 112.
La matan las
altas esferas con su palmadita pública, pero que no nos
preguntan cómo estamos.
La mata el
paciente que acude por la mañana a su centro y por la tarde a Urgencias
"porque solo le ha atendido la enfermera".
La matan los
que nos venden un falso empoderamiento, sobrecargándonos de trabajo,
"otorgándonos más competencias" cuando faltan médicos.
La matan los
pacientes que hace unos días esperaban a la puerta de un centro de salud en
Cáceres al grito de "hijos de puta".
La mata el
aplauso del año pasado ahora reconvertido en "yo te pago el sueldo con mis
impuestos". Eterno y rancio discurso.
La matan los
precarios convenios en centros sociosanitarios, que te hacen tener 150
residentes por noche, un sueldo lastimero y unas condiciones laborales pésimas.
La mata la
falta de conciencia social, la falta de educación y la falta de empatía.
La mata la
gestión de la OPE en Navarra y los sindicatos que en la mesa sectorial callan
cuando se ofrece la posibilidad de posponerla.
La mata esa
noticia viral de "sanitarios contagiados en una comida", como si no
se nos permitiera otra cosa que no fuera trabajar. Porque si tú te contagias en
una comida es mala suerte, pero si lo hago yo es una imprudencia, una falta de
profesionalidad, que no predico con el ejemplo...
La mata ese
paciente que me dijo la semana pasada: "Tú serás muy enfermera, pero no
tienes ni puta idea de lo que estás hablando".
La mata, de
nuevo, la administración; con su altísimo porcentaje de eventualidad, cuando no
invierte en potenciar la enfermería escolar, la salud mental, las
especialidades de enfermería, la educación para la salud, la atención
domiciliaria, etcétera. Cuando lejos de reforzar servicios que funcionan bien,
como las Urgencias Extrahospitalarias de Navarra, los intentan romper para
poner parches a Atención Primaria.
La enfermería
se muere. Como la sanidad pública, como el sentido común, como mis ganas de hacer
turno mañana por la tarde. Antes de irme a entonar mi réquiem quiero aclarar
que firmo esta carta, este grito de socorro, porque debo hacerlo para poder
publicarla, pero la realidad es que no importa quién sea yo. Qué más da mi
nombre, mi puesto o mi centro de trabajo. Soy el número de contrato 27.893, por
ejemplo. Soy a la que reubicásteis en otra planta a mitad de turno, la del EPI
perpetuo, la que te hizo aquella PCR y le apartaste la mano, a la que
aplaudiste desde tu balcón, la de primaria, la de la urgencia, la de la planta,
esa familiar o amiga sanitaria a la que acribillas a preguntas, soy a la que
chistas en el pasillo del hospital, a la que llamas "practicanta", a
la que llamas "puta" cuando no te ofrece una sanidad a la carta y al
gusto del consumidor.
Puedo ser
tantos compañeros o compañeras, que mi nombre o mi servicio no representa nada,
pero mi hastío y mi pena sí.
Un minuto de
silencio por esta profesión que agoniza.
La autora es
enfermera de Osasunbidea
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